Estamos en la prehistorIA
- Alejandro Ceballos
- 26 feb
- 3 Min. de lectura
Estaba en la preparatoria cuando descubrí el internet. En ese entonces teníamos clases de computación en un aula improvisada en una esquina y provista de computadoras 486 con enormes gabinetes color beige y pantallas monocromáticas contrastantes con un verde descolorido. En mi casa no tenía cable y en la TV casi no se mencionaba el internet, la publicidad era muy tradicional con una barra de más de 10 anuncios continuos en un programa habitual. Supongo que era un trabajo muy sencillo para los mercadólogos de ese entonces.
Era la época del grunge, del comienzo del new metal y el apogeo del rap, mi época rebelde de músico adolescente. En un edificio aledaño a la preparatoria había un área especial de cómputo destinada a los estudiantes de medicina, con equipo más robusto y pantallas a color. Por oídas llegamos a él y nos sumergimos en el mundo en ese entonces nuevo del internet, con buscadores como webcrawler nos pasábamos horas bajando tabs de guitarra y viendo revistas musicales de rock o la página de MTV, pocas bandas tenían su web oficial, tal vez no la consideraban de utilidad. Las imágenes se presentaban lentamente y con un diseño arcaico, como si las subieran desde el mismo power point, con tipografías bruscas, sin armonía y con anuncios laterales y en encabezados de empresas en lugares remotos y sin concordancia con las búsquedas.
Esto era el internet en ese entonces, un experimento que les explotó en la cara a los creadores pero que no sabían cómo comercializarlo ni tenían idea del alcance y de la revolución que acababan de comenzar.
No se sabía nada de SEM, SEO, CMS, UGC, no existían creadores de contenido ni influencers, tampoco había lives ni interacción con el usuario final, era una mera enciclopedia que 24/7 se iba llenando de información sin regulación ni sentido y lo mejor, todo esto gratis.
Ahora somos conscientes de que nosotros somos el producto de las redes sociales, que la industria tecnológica se convirtió en la número uno a nivel mundial y que el alcance es infinito. Adoptamos e hicimos parte amplia de nuestro día a día y aceptamos de buena manera que así fuera con el pasar de los años, después de regulaciones, estándares, complejas adaptaciones y una evolución que sigue cambiando pero ahora con pasos más largos y veloces como ninguna adaptación tecnológica había visto. De ser un árbol con miles de ramas y raíces, se ha convertido en un bosque completo en varios planetas de diferentes galaxias, así de inimaginable, vasto y lamentablemente, incontrolable.
La historia se repite con la Inteligencia Artificial, aunque se ha entendido y ya se tiene el proceso que el internet y las redes sociales vivieron y convirtieron a lo que es hoy en día. El acelerado proceso de la IA tal vez pasó por los mismos errores pero de una manera menos dramática, más controlada y con menos sorpresa por parte del usuario final.
El patrón repetitivo es el mismo que sufrió el internet en sus comienzos así como las redes sociales: se pretende utilizar para todo solamente por existir y poder ser utilizada. Todos los días surgen aplicaciones para texto, copys, diseño gráfico, industrial, diseño de modas, selección de personal, CRM, filtros de leads, creación de contenido, SEO, personalización, UGC, redes sociales, big data y no solamente en las apps, también en aplicaciones médicas, en gestiones industriales, automatizaciones de la vida diaria como la cocina, la limpieza, el transporte y en mejores instancias los humanoides que comienzan a comercializarse.
Como ratas de laboratorio experimentamos con cada una e intentamos agregarlas a nuestra vida diaria sin necesitarlas.
Nos preguntamos: ¿En qué etapa está la IA? Estamos en la prehistoria y nos queda mucho para llegar a la edad moderna, no en tiempo, sino en conocimiento y aplicación. Sabemos que la inteligencia artificial puede escribir un análisis sensible de mercadotecnia pero no sabemos si la IA pueda aplicar lo investigado y crear un gran comercial de televisión o publicidad impresa de alto impacto.
Con el tiempo a esta inteligencia le saldrán manos para crear y piernas para andar, teniendo relativa libertad, porque hoy es meramente un instrumento y una herramienta cotidiana pero no hemos llegado al punto de que pueda suplantar a un director de arte o a un copywriter por poner un ejemplo creativo.
En conclusión, los robots son una excelente ayuda pero jamás serán tan creativos como su creador, porque tenemos algo que ellos no tienen: un gran corazón y una imaginación desbordada.

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